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le confessioni di sant'agostino

 Sant'Agostino scrive le sue opere

Agostino

 

 

LIBRO DECIMOTERCERO

 

 

CAPITULO I

1. Yo te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me criaste y no olvidaste al que se olvidó de ti; yo te invoco sobre mi alma, a la que tú mismo preparas a recibirte con el deseo que la inspiras. Y ahora no abandones al que te invoca, tú que previniste antes que te invocara e insististe multiplicando de mil modos tus voces para que te oyese de lejos, y me convirtiera, y te llamase a ti, que me llamabas a mí. Porque tú, Señor, borraste todos mis méritos malos, para que no tuvieses que castigar estas mis manos, con las que me alejé de ti; y previniste todos mis méritos buenos para tener que premiar a tus manos, con las cuales me formaste. Porque antes de que yo fuese ya existías tú; ni yo era algo, para que me otorgases la gracia de que fuese. Sin embargo, he aquí que soy por tu bondad, que ha precedido en mí a todo: a aquello que me hiciste y a aquello de donde me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo era un bien tal con el que pudieras ser ayudado, ¡oh Señor y Dios mío!, ni con el que te pudiera servir como si te hubieras fatigado en obrar o fuera menor tu poder si careciese de mi obsequio; ni así te cultive como la tierra, de modo que estés inculto si no te cultivo, sino que te sirva y te cultive para que me venga el bien de ti, de quien me viene el ser capaz de recibirle.

 

CAPITULO II

2. En efecto: de la plenitud de tu bondad subsiste tu criatura, a fin de que el bien, que a ti no te había de aprovechar nada ni, proviniendo de ti, había de ser igual a ti, sin embargo, porque podía ser hecho por ti, no faltase. Porque ¿qué pudo merecer de ti el cielo y la tierra que tú hiciste en el principio? Digan: ¿qué te merecieron la naturaleza espiritual y corporal, que tú hiciste en tu sabiduría, para pender de ella hasta las cosas incoadas e informes -cada cual en su género, espiritual o corporal- que van hacia la inmoderación y una desemejanza tuya lejana, lo espiritual informe de modo más excelente que si fuese cuerpo formado, y el corporal informe de más excelente manera que si fuese absolutamente nada, y así pendieran informes de tu palabra si no fuesen llamadas por esta misma palabra a tu unidad y formadas y hechas todas ellas por ti, Bien sumo, muy buenas? ¿Qué méritos podían tener contigo para ser siquiera informes, cuando ni aun esto serían si no fuera por ti?

 

3. ¿Qué pudo merecer de ti la materia corporal para ser siquiera invisible e incompuesta, cuando no sería esto si no la hubieras hecho? Ciertamente que, no siendo, no podía merecer de ti el que fuese. O ¿qué pudo merecer de ti la incoación de la creación espiritual para que, al menos, tenebrosa sobrenadase semejante al abismo, desemejante a ti, si no fuera convertida por el Verbo a sí mismo, por quien fue hecha; e iluminada por él, fuese hecha luz, si bien no igual, sí, al menos, conforme a la forma igual a ti? Porque así como en un cuerpo no es lo mismo ser que ser hermoso -de otro modo no podría ser deforme-, así tampoco, en orden al espíritu creado, no es lo mismo vivir que vivir sabiamente, puesto que de otro modo inconmutablemente comprendería. Mas su bien está en adherirse a ti siempre, para que con la aversión no pierda la luz que alcanzó con la conversión, y vuelva a caer en aquella vida semejante al abismo tenebroso. Porque también nosotros, que en cuanto al alma somos creación espiritual, apartados de ti, nuestra luz, "fuimos algún tiempo en esta vida tinieblas", y aun al presente luchamos contra los restos de esta nuestra oscuridad, hasta ser justicia tuya, en tu Único, como montes de Dios, ya que antes fuimos juicios tuyos, como abismo profundo.

 

CAPITULO III

4. En cuanto a lo que dijiste sobre las primeras creaciones: Hágase la luz y la luz fue hecha, entiéndolo yo no incongruentemente de la criatura espiritual, porque era ya una cierta vida, a la que habías de iluminar. Pero así como no había merecido de ti ser tal la vida que pudiera ser iluminada, así tampoco, siendo ya, pudo merecer de ti el ser iluminada. Porque ni aun su informidad te agradara si no fuese hecha luz, no siendo, sino intuyendo la luz que ilumina y adhiriéndose a ella, para que lo que de algún modo vive, y lo que vive felizmente, no lo deba sino a tu gracia, convertida por una conmutación mejor en aquello que no pueda mudarse en cosa mejor o peor. Lo cual eres tú solo, porque tú solo eres simplicísimamente, para quien no es cosa distinta vivir de vivir felizmente, porque tu ser es tu felicidad.

 

CAPITULO IV

5. Pero ¿acaso te faltaría algo en cuanto Bien, cual eres tú para ti, aunque estas cosas no fueren en modo alguno o permanecieran informes, las cuales hiciste tú no por indigencia, sino por la plenitud de tu bondad, reduciéndolas y dándolas forma, aunque no como si tu gozo hubiera de ser completado con ellas? No, sino que, como a perfecto, te desagrada su imperfección, para que tú las perfecciones y te agraden, aunque no como a imperfecto, como si tú hubieras de perfeccionarte con su perfección. Mas tu Espíritu bueno era sobrellevado sobre las aguas, no llevado por ellas, como si en ellas descansara. Porque en quienes se dice que descansa tu espíritu, a estos tales les hace descansar en sí. Mas tu voluntad era sobrellevada incorruptible e incontaminable, bastándose ella misma en sí para sí, sobre aquella vida que habías creado, y para la cual no es lo mismo vivir que vivir felizmente, porque vive aun flotando en su oscuridad, y a la que resta convertirse a aquel por quien ha sido hecha, y vivir más y más en la fuente de la vida, y ver en su luz la luz, y así perfeccionarse, ilustrarse y ser feliz.

 

CAPITULO V

6. He aquí que ante mí aparece como en enigma la Trinidad, que eres tú, Dios mío. Porque tú, Padre, en el principio de nuestra Sabiduría, que es tu Sabiduría, nacida de ti y coeterna contigo, esto es, en tu Hijo, hiciste el cielo y la tierra. Muchas cosas hemos dicho ya del cielo del cielo, y de la tierra invisible e incompuesta, y del abismo tenebroso según la defectibilidad vagarosa de la informidad espiritual en que hubiera permanecido si no se hubiese convertido a aquel que la había dado aquella especie de vida y mediante la iluminación se hubiese hecho vida hermosa y llegado a ser cielo del cielo de aquel que después fue hecho entre agua y agua. Ya tenía, pues, al Padre, en el nombre de Dios, que hizo estas cosas; y al Hijo, en el nombre del principio en el cual las hizo; y creyendo a mi Dios trinidad, como la creía, tal yo le buscaba en sus sagrados oráculos; y ved que tu Espíritu era sobrellevado sobre las aguas. He aquí a mi Dios trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas.

 

CAPITULO VI

7. Pero ¿cuál era la causa, ¡oh Luz verídica!, a quien acerco mi corazón para que éste no me enseñe cosas vanas y disipe en él sus tinieblas?; dime, te ruego por la caridad, mi madre; dime, te suplico, ¿cuál era la causa de que, después de nombrados el cielo y la tierra invisible e incompuesta y las tinieblas sobre el abismo, nombrase entonces tu Escritura a tu Espíritu? ¿Acaso porque convenía insinuarle así a fin de poder decir de él que era sobrellevado, lo cual no pudiera decirse si antes no se conmemorara aquello sobre lo que se pudiese entender que era sobrellevado tu Espíritu? Porque ni era sobrellevado sobre el Padre ni sobre el Hijo, y, sin embargo, no podría decirse propiamente que era sobrellevado si no fuera llevado sobre alguna cosa. Así que era preciso que se nombrase primeramente aquello sobre lo que era llevado, y luego aquel a quien no convenía conmemorar de otro modo sino diciendo que era sobrellevado. Pero ¿por qué no convenía insinuarle de otro modo sino diciendo que era sobrellevado?

 

CAPITULO VII

8. A partir ya de aquí, siga el que pueda con el pensamiento a tu Apóstol, que dice: La caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, y en orden a las cosas espirituales nos enseña y muestra la sobreeminente senda de la caridad, y dobla la rodilla por nosotros ante ti, para que conozcamos la ciencia sobreeminente de la caridad de Cristo; y que ésta es la razón por qué desde el principio era sobrellevado sobreeminentemente sobre las aguas. ¿A quién hablaré yo y cómo le hablaré del peso de la concupiscencia que nos arrastra hacia el abrupto abismo, y de la elevación de la caridad por tu Espíritu, que era sobrellevado sobre las aguas? ¿A quién hablaré y cómo hablaré? Porque no hay lugares en los cuales somos sumergidos o emergidos. ¿Qué cosa más semejante y más desemejante a la vez? Afectos son, amores son: la inmundicia de nuestro espíritu corriendo a lo más ínfimo por amor de los cuidados, y tu santidad elevándonos a lo más alto por amor de la seguridad, para que tengamos nuestros corazones arriba hacia ti, allí donde tu Espíritu es llevado sobre las aguas, y de este modo vengamos al descanso sobreeminente, apenas haya pasado nuestra alma las aguas que son sin sustancias.

 

CAPITULO VIII

9. Cayó el ángel, cayó el alma del hombre, y con ello señalaron cuál hubiera sido el abismo de la creación espiritual en el profundo tenebroso si no hubieras dicho desde el principio: Hágase la luz y no hubiese sido hecha la luz y se adhiriese a ti obediente toda inteligencia de la celestial ciudad y descansase en tu Espíritu, que es sobrellevado inconmutablemente sobre todo lo mudable. De otro modo, aun el mismo cielo del cielo, que ahora es luz en el Señor, hubiera sido en sí mismo tenebroso abismo. Porque aun en la misma mísera inquietud de los espíritus caedizos, que dan a entender sus tinieblas desnudas del vestido de tu luz, claramente nos muestras cuán grande hiciste la criatura racional, para cuyo descanso feliz nada es bastante que sea menos que tú, por lo cual ni aun ella misma se basta a sí. Porque tú, Señor nuestro, iluminarás nuestras tinieblas; pues de ti nacen nuestros vestidos y nuestras tinieblas serán como un mediodía. Dáteme a mí, Dios mío, y devuélvete a mí. He aquí que te amo, y si aún es poco, que yo te ame con más fuerza. No puedo medir a ciencia cierta cuánto me falta del amor para que sea bastante, a fin de que mi vida corra entre tus abrazos y no me aparte hasta que sea escondida en lo escondido de tu rostro. Esto sólo sé: que me va mal lejos de ti, no solamente fuera de mí, sino aun en mí mismo; y que toda abundancia mía que no es mi Dios, es indigencia.

 

CAPITULO IX

10. Pero ¿acaso no eran sobrellevados sobre las aguas el Padre o el Hijo? Si esto se entiende del lugar como si fuera un cuerpo, ni aun el Espíritu Santo lo era; pero si se entiende de una eminencia de la inconmutable divinidad sobre todo lo mudable, entonces, juntamente el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo eran sobrellevados sobre las aguas. Pero entonces, ¿por qué se ha dicho esto únicamente de tu Espíritu? ¿Por qué se ha dicho únicamente de él esto, como si fuera un lugar donde estuviese, él que no es lugar y del que sólo se ha dicho que es Don tuyo? En tu Don descansamos: allí te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos levanta a allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad de las puertas de la muerte. Nuestra paz está en tu buena voluntad. El cuerpo, por su peso, tiende a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su peso y tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el agua derramada encima del aceite se sumerge bajo el aceite; ambos obran conforme a sus pesos, y cada cual tiende a su lugar. Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordénanse y descansan. Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado. Tu Don nos enciende y por él somos llevados hacia arriba: enardecémonos y caminamos; subimos las ascensiones dispuestas en nuestro corazón y cantamos el Cántico de los grados Con tu fuego, sí; con tu fuego santo nos enardecemos y caminamos, porque caminamos para arriba, hacia la paz de Jerusalén, porque me he deleitado de las cosas que aquéllos me dijeron: Iremos a la casa del Señor. Allí nos colocará la buena voluntad, para que no queramos más que permanecer eternamente allí.

 

CAPITULO X

11. Bienaventurada la criatura que no ha conocido otra cosa, cuando ella misma hubiera sido esa cosa, si luego que fue hecha, sin ningún intervalo de tiempo, no hubiera sido exaltada por tu Don, que es sobrellevado sobre todo lo mudable hacia aquel llamamiento por el cual dijiste: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Porque en nosotros distínguese el tiempo en que fuimos tinieblas y el en que hemos sido hechos luz; pero en aquélla se dijo lo que hubiera sido de no ser iluminada, y se dijo de este modo, como si primero hubiera sido fluida y tenebrosa, para que apareciese la causa por la cual se ha hecho que sea otra, esto es, para que, vuelta hacia la luz indeficiente, fuese también luz. Quien sea capaz, entienda, o pídatelo a ti. ¿Por qué me ha de molestar a mí, como si yo fuera el que ilumino a todo hombre que viene a este mundo?

 

CAPITULO XI

12. ¿Quién será capaz de comprender la Trinidad omnipotente? ¿Y quién no habla de ella, si es que de ella habla? Rara el alma que, cuando habla de ella, sabe lo que dice. Y contienden y se pelean, mas nadie sin paz puede ver esta visión. Quisiera yo que conociesen los hombres en sí estas tres cosas. Cosas muy diferentes son estas tres de aquella Trinidad; mas dígolas para que se ejerciten en sí mismos y prueben y sientan cuán diferentes son. Y las tres cosas que digo son: ser, conocer y querer. Porque yo soy, y conozco, y quiero: soy esciente y volente y sé que soy y quiero y quiero ser y conocer. Vea, por tanto, quien pueda, en estas tres cosas, cuán inseparable sea la vida, siendo una la vida, y una la mente, y una la esencia, y cuán, finalmente, inseparable de ella la distinción, no obstante que existe la distinción. Ciertamente que cada uno está delante de sí; así que atienda a sí y vea y hábleme después. Y cuando hubiere hallado algo en estas cosas y hubiese hablado, no por eso piense ya haber hallado aquello que es inconmutable sobre todas las cosas, y existe inconmutablemente, y conoce inconmutablemente, y quiere inconmutablemente. Ahora, si es por hallarse en ella estas tres cosas por lo que hay allí Trinidad, o si estas tres cosas se hallan en cada una para que cada una de ellas sea una terna, o si tal vez se realizan ambas cosas por modos maravillosos, simple y múltiplemente, siendo en sí para sí fin infinito, por el que es y se conoce a sí misma y se basta inconmutablemente a sí por la abundante magnitud de su unidad, ¿quién podrá fácilmente imaginarlo? ¿Quién podrá explicarlo de algún modo? ¿Quién se atreverá temerariamente a definirlo de cualquier modo?

 

CAPITULO XII

13. ¡Adelante en tu confesión, oh fe mía! Di al Señor tu Dios: Santo, Santo, Santo, Señor Dios mío; en tu nombre, Padre; Hijo y Espíritu Santo, hemos sido bautizados, en tu nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, bautizamos; porque también entre nosotros hizo Dios en su Cristo el cielo y la tierra, los espirituales y carnales de tu Iglesia; y nuestra tierra, antes de recibir la forma de tu doctrina, era invisible e incompuesta y estábamos cubiertos con las tinieblas de la ignorancia, porque a causa de la iniquidad instruiste al hombre, y tus juicios son como grandes abismos. Mas, porque tu Espíritu era sobrellevado sobre las aguas, no abandonó tu misericordia nuestra miseria, y así dijiste Hágase la luz. Haced penitencia, porque se ha acercado el reino de los cielos: haced penitencia: hágase la luz. Y porque nuestra alma se había conturbado dentro de nosotros mismos, nos acordamos de ti, Señor, desde la tierra del Jordán y del monte igual a ti, pero hecho pequeño por causa nuestra; y así nos desagradaron nuestras tinieblas, y nos convertimos a ti y fue hecha la Luz. Y ved cómo, habiendo sido algún tiempo tinieblas, somos ahora luz en el Señor.

 

CAPITULO XIII

14. Mas esto lo somos por fe, no por visión; porque por la esperanza somos hechos salvos; y la esperanza que ve no es esperanza. Todavía el abismo llama al abismo, mas ya es en la voz de tus cataratas. Ni aun aquel mismo que dice: No puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales, ni aun aquel mismo juzga haber alcanzado el término, y, olvidado de lo que queda atrás, se alarga hacia las cosas que tiene delante, y gime agobiado y tiene su alma sed del Dios vivo, como los ciervos de las fuentes de las aguas, y dice: ¿Cuándo llegaré? , deseoso de ser revestido de su habitáculo celestial: y llama al abismo inferior, diciendo: No queráis con formaros con este mundo, sino reformaros en la novedad de vuestra mente, y no queráis haceros niños en la inteligencia, sino sed pequeñitos por la malicia para que seáis perfectos en la mente, y ¡Oh necios gálatas!, ¿quién os fascinó?Mas no ya en su palabra, sino en la tuya, nos enviaste a tu Espíritu de lo alto por medio de aquel que ascendió a lo alto y abrió las cataratas de sus dones para que las impetuosas corrientes del río alegrasen tu ciudad. Porque por él suspira el amigo del esposo, teniendo ya en él las primicias de su espíritu, mas todavía gimiendo en sí mismo, esperando la adopción, redención de su cuerpo. Por él suspira, porque es miembro de la esposa; y por él cela, porque es amigo del esposo: por él cela, no para sí, porque no ya con la voz suya, sino de tus cataratas, llama a otro abismo al que celando teme, no sea que como la serpiente engañó con su astucia a Eva, así también sean corrompidas sus inteligencias, degenerando de aquella pureza que hay en nuestro esposo, tu Único. Y ésta es aquella luz de visión que gozaremos cuando le viéramos como es, y hayan pasado las lágrimas, que se han vuelto mi pan día y noche, en tanto que todos los días se me dice: ¿Dónde está tu Dios?

 

CAPITULO XIV

15. También yo digo: ¿Dónde estás, Dios mío? He aquí que donde estás respiro en ti un poquito, al derramar mi alma sobre mí en el grito de alegría y alabanza del que celebra una festividad. Con todo, aún está triste mi alma, porque vuelve a caer y a ser abismo, o más bien siente que todavía es abismo. Dícele mi fe, la que encendiste en la noche ante mis pies: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me conturbas? Espera en el Señor; su palabra es lucerna para tus pies. Espera y persevera hasta que pase la noche, madre de los inicuos; hasta que pase la ira del Señor, de la cual fuimos hijos nosotros cuando fuimos tinieblas, cuyos residuos arrastramos aún en este cuerpo muerto por el pecado, hasta tanto que alboree el día y sean disipadas las sombras. Espera en el Señor: Mañana estaré ante él, y le contemplaré, y le alabaré eternamente. Mañana estaré ante él, y veré la salud de mi rostro, mi Dios, quien vivificará nuestros cuerpos mortales por causa del Espíritu que habita en nosotros, porque sobre nuestro interior tenebroso y fluido era sobrellevado misericordiosamente. De ahí que hayamos recibido en este destierro una prenda, para que seamos ya luz, en tanto que somos hechos salvos por la esperanza, e hijos de la luz e hijos del día, no hijos de la noche ni de las tinieblas, lo que fuimos, sin embargo. Entre las cuales y nosotros, aun en esta incertidumbre de la ciencia humana„ sólo tú haces distinción, tú que pruebas nuestros corazones y llamas día a la luz y tinieblas a la noche. Porque ¿quién es el que nos discierne sino tú? Y ¿qué tenemos que no lo hayamos recibido de ti, nosotros, vasos de honor, sacados de la misma masa de la que han sido otros hechos para contumelia?

 

CAPITULO XV

16. ¿Y quién sino tú, Dios nuestro, hizo para nosotros y sobre nosotros ese firmamento de autoridad en tu divina Escritura? Porque el cielo se plegará como un libro, mas ahora se extiende como una piel sobre nosotros. Porque de más sublime autoridad está revestida tu divina Escritura después que murieron a esta vida mortal aquellos mortales por cuyo medio nos dispensaste aquélla. Y tú sabes, Señor, tú sabes cómo vestiste de pieles a los hombres cuando se hicieron mortales por el pecado. Por eso extendiste como una piel el firmamento de tu libro, tus concordes palabras, las cuales por ministerio de mortales colocaste sobre nosotros. Porque con la muerte misma de éstos se extendió de modo sublime sobre todas las cosas que tiene debajo la solidez de la autoridad de tus palabras, dadas a luz por ellos la cual, viviendo ellos aquí, no se hallaba tan sublimemente extendida, pues todavía no habías extendido el cielo como una piel ni habías aún dilatado la fama de su muerte por todas partes.

 

17. Veamos, Señor, los cielos, obra de tus dedos; purifica nuestros ojos de la nube con que los tienes velados. Allí está tu testimonio, dando sabiduría a los pequeñitos. Saca, Señor, tu alabanza de la boca de los niños, y que aún maman. Porque no conocemos otros libros que así destruyan la soberbia, que así destruyan al enemigo y defensor que resiste a tu conciliación, defendiendo sus pecados. No conozco, Señor, no conozco otros oráculos tan castos que así me persuadan a la confesión, y sometan mi cerviz a tu yugo, y me inviten a servirte gratis. ¡Que yo los entienda, Padre bueno! Concédeme esto a mí, ya sometido, puesto que para los sometidos las has establecido.

 

18. Otras aguas hay sobre este firmamento, a lo que yo creo inmortales y al abrigo de toda corrupción terrena. Alaben tu nombre, alábente los pueblos supracelestes de tus ángeles, los cuales no tienen necesidad de mirar este firmamento y conocer tu palabra leyendo. Porque ven siempre tu faz y allí leen sin las sílabas de los tiempos lo que quiere tu voluntad eterna. Leen, eligen y aman; leen. siempre y nunca pasa lo que leen; porque eligiendo y amando leen la misma inconmutabilidad de tu consejo. No se cierra su códice ni se pliega su libro; porque tú mismo eres para ellos esto, y tú eres eternamente, porque tú los ordenaste sobre este firmamento, que afirmaste sobre la flaqueza de los pueblos inferiores, en donde viesen y conociesen tu misericordia, que te anuncia temporalmente a ti, que hiciste los tiempos. Porque en el cielo, Señor, está tu misericordia y tu verdad sobre las nubes. Pasan las nubes, mas el cielo permanece. Pasan los predicadores de tu palabra, de esta vida a otra vida; pero tu Escritura se extiende hasta el fin sobre los pueblos. Y pasarán el cielo y la tierra, pero tus palabras no pasarán; se plegará la piel, y el heno sobre el que se extendía pasará con su brillantez; mas tu palabra permanecerá eternamente. Lo cual se nos muestra ahora en el enigma de las nubes y en el espejo del cielo, no como realmente es; porque también nosotros, aunque seamos amados de tu Hijo, no se nos ha mostrado aún lo que seremos. Miró a través del velo de la carne y nos acarició y nos inflamó, y corrimos tras su aroma. Mas cuando apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como es; como es, Señor, nuestro ver, que todavía no tenemos.

 

CAPITULO XVI

19. Porque así como tú eres absolutamente, así tú solo conoces, tú que eres inconmutablemente y conoces inconmutablemente, y quieres inconmutablemente. Y tu esencia conoce y quiere inconmutablemente; y tu ciencia existe y quiere inconmutablemente, y tu voluntad existe y conoce inconmutablemente. Ni parece cosa justa en tu presencia que del mismo modo que se conoce a sí misma la luz inconmutable, sea así conocida del entendimiento mudable iluminado. De ahí que mi alma sea delante de ti como tierra sin agua; pues así como de suyo no puede iluminarse a sí misma, así tampoco puede saciarse de sí misma. Porque así como está en ti la fuente de la vida, así en tu luz veremos la luz.

 

CAPITULO XVII

20. ¿Quién ha juntado a los amargados en una sociedad? Porque idéntico es para ellos el fin temporal y la felicidad terrena, por la que hacen todas las cosas, aunque fluctúen por la innumerable diversidad de cuidados. ¿Quién sino tú, Señor, que dijiste que se congregasen las aguas en una sola reunión y apareciese la tierra árida, sedienta de ti? Porque tuyo es el mar, y tú le hiciste, y tus manos plasmaron la tierra seca. Porque no se llama mar a la amargura de voluntades, sino a la reunión de aguas. Porque también tú enfrenas los malos apetitos de las almas y los pones límites hasta donde permites avanzar las aguas, para que se deshagan en ellas sus olas, y de este modo haces el mar según el orden de tu imperio que se extiende sobre todas las cosas.

 

21. Pero las almas sedientas de ti y que aparecen ante ti separadas de la sociedad del mar por otro fin, tú las riegas con una fuente secreta y dulce, a fin de que la tierra dé su fruto. Da, sí; su fruto, y mandándolo tú, su Dios y Señor, produce nuestra alma obras de misericordia según su género, amando a su prójimo con el socorro de las necesidades carnales, teniendo en sí la semilla de aquél por razón de la semejanza, porque por nuestra flaqueza es por lo que nos compadecemos y movemos a socorrer a los indigentes, del mismo modo que quisiéramos nosotros que se nos socorriese si nos hallásemos en la misma necesidad; y ello no sólo en las cosas fáciles, como en hierba seminal, sino también en la protección de una ayuda robusta y fuerte, como árbol fructífero, esto es, benéfico, para arrancar al que padece injuria de la mano del poderoso; dándole sombra de protección con el roble poderoso del justo juicio.

 

CAPITULO XVIII

22. De este modo, Señor, te ruego, de este modo te ruego que nazca -como tú lo haces, y como tú das la alegría y la facultad-, nazca de la tierra la verdad y mire la justicia, desde el cielo, y sean hechos luminares en el firmamento. Partamos con el hambriento nuestro pan, e introduzcamos en casa al necesitado sin techo, vistamos al desnudo y no despreciemos a los domésticos de nuestra semilla. A tales frutos nacidos en la tierra atiende, Señor, porque es bueno; y brote nuestra luz mañanera y, obtenido, a cambio de esta inferior cosecha de la acción, la inteligencia de la palabra de la vida superior en las delicias de la contemplación, aparezcamos en el mundo como luminares, adheridos al firmamento de tu Escritura. Allí, en efecto, discutes con nosotros, para que hagamos distinción entre las cosas inteligibles y sensibles, como entre el día y la noche y entre las almas dadas a las cosas inteligibles y a las sensibles, a fin de que no seas tú sólo ya el que en lo escondido de tu juicio, como antes de que fuera hecho el firmamento, hagas distinción entre la luz y las tinieblas, sino también tus espirituales, colocados y diferenciados en el mismo firmamento, luzcan tu gracia manifestada por todo el orbe sobre la tierra, y hagan distinción entre el día y la noche y signifiquen los tiempos, porque pararon los viejos y han sido creados otros nuevos, y porque ahora está más cerca nuestra salud que cuando creímos, y porque la noche ha precedido y se acercó el día, y porque bendices la corona de tu año, enviando operarios a tu mies, en cuya siembra otros habían trabajado, y enviándoles a otra sementera, cuya mies se recogerá al fin [del mundo]. Así cumples los votos del deseoso y bendices los años del justo, mas tú eres el mismo, y en tus años, que no mueren, preparas el hórreo para los años que pasan.

 

23. Porque con eterno consejo derramas a sus propios tiempos bienes celestiales sobre la tierra; porque a uno le es dado por el espiritu la palabra de sabiduría, como a luminar mayor, en favor de aquellos que se deleitan con la luz de la verdad clara, como en el principio del día; a otro le es otorgada la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, como a luminar menor; a otro la fe, a otro el don de curaciones, a otro el poder de milagros, a otro la profecía, a otro la discreción de espíritus, a otro el don de lenguas; todos los cuales dones son como estrellas. Porque todos ellos los obra uno e idéntico Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como le place, y hace aparecer estrellas en sitio visible para utilidad de todos. La palabra de la ciencia, en la que están contenidos todos los sacramentos que cambian con los tiempos, es semejada a la luna; mas la restante lista de dones, que hemos mencionado después como estrellas, cuanto más difieren de aquella claridad de la sabiduría de que goza el precitado día, tanto se hallan más en el principio de la noche. Porque tales dones eran necesarios a aquellos a quienes aquel tu siervo prudentísimo no podía hablar como a espirituales, sino como a carnales, aquel, digo, que hablaba la sabiduría entre los perfectos. Pero como hombre animal, como niño en Cristo que se alimenta de leche, mientras no se robustezca para tomar alimento sólido y fortalezca su vista para contemplar el sol, no abandone su noche, antes conténtese con la luz de la luna y de las estrellas. Estas cosas tienes dispuestas sapientísimamente para nosotros, Dios nuestro, en tu libro, en tu firmamento, a fin de que discernamos todas las cosas con admirable contemplación, aunque sea todavía según los signos, y los tiempos, y los días, y los años.

 

CAPITULO XIX

24. Mas ante todo lavaos, purificaos, arrancad la maldad de vuestras almas y de la presencia de mi vista, a fin de que aparezca la tierra árida. Aprended a hacer bien, juzgad al pupilo, haced justicia a la viuda, para que la tierra produzca hierba tierna y árboles frutales; y luego venid, dice el Señor, disputemos, a fin de que sean hechos los luminares en el firmamento del cielo y luzcan sobre la tierra. Quería saber del Maestro bueno aquel rico qué debía hacer para conseguir la vida eterna. Dígale el Maestro bueno -a quien él juzgaba hombre y nada más, pero que realmente es bueno porque es Dios-, dígale que si quiere conseguir la vida, guarde tus mandamientos separe de sí lo amargo de la malicia y de la iniquidad; que no mate, no fornique, no hurte, no diga falsos testimonios, a fin de que aparezca la tierra seca, y germine el honor de la madre y del padre y la dilección del prójimo. Todo esto -dijo- lo he practicado. ¿De dónde, pues, tantas espinas si es tierra fructífera? Vete, arranca los espesos zarzales de la avaricia, vende lo que posees, y llénate de frutos dándolo todo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y sigue al Señor si quieres ser perfecto, en compañía de aquellos entre quienes habla la sabiduría, aquel que conoce qué se debe dar al día y qué a la noche, como lo conoces tú, a fin de que sean también para ti luminares en el firmamento del cielo, lo cual no se hará si no estuviese allí tu corazón, ni tampoco podrá ser si no estuviera allí tu tesoro, como oíste del Maestro bueno. Pero se contristó la tierra estéril y las espinas sofocaron la palabra.

 

25. Pero vosotros, raza escogida, lo más débil del mundo, que dejasteis todas las cosas para seguir al Señor, id tras él, confundid a los fuertes; id tras él, pies especiosos, y lucid en el firmamento, para que los cielos narren su gloria dividiendo entre la luz de los perfectos, aunque no como la de los ángeles, y las tinieblas de los pequeñuelos, aunque no de los desesperados: lucid sobre toda tierra, y el día, encandeciente por el sol, anuncie al día la palabra de la sabiduría; y la noche, esclarecida por la luna, anuncie a la noche la palabra de la ciencia. La luna y las estrellas lucen en la noche, mas no las oscurece la noche, porque ellas mismas la iluminan, según su capacidad. Ved aquí como si Dios dijera: Háganse luminares en el firmamento del cielo, y al punto se oyó un sonido del cielo, como si sonara un viento vehemente, y fueron vistas lenguas divididas como de fuego, el cual se puso sobre cada uno de ellos, y fueron hechos los luminares en el firmamento del cielo, teniendo palabras de vida. Discurrid por todas partes, fuegos santos, fuegos hermosos. Vosotros sois la luz del mundo, y no estáis debajo del celemín. Ha sido exaltado Aquel a quien os juntasteis, y os exaltará a vosotros. Discurrid y dadle a conocer a todas las gentes.

 

CAPITULO XX

26. Conciba aún el mar, y dé a luz vuestras obras, y las aguas produzcan reptiles de almas vivas. Porque, separando lo precioso de lo vil, habéis sido hechos boca de Dios, por la que dice: Produzcan las aguas, no el alma viva que debe producir la tierra, sino reptiles de almas vivas y volátiles que, vuelen sobre la tierra. Porque tus sacramentos, ¡oh Dios! reptaron por las obras de tus santos en medio de las olas de las tentaciones del siglo, para imbuir a las gentes con tu nombre en tu bautismo. Y de ellos algunos fueron hechos grandezas maravillosas, como los grandes cetáceos, y las voces de tus nuncios volando sobre la tierra junto al firmamento de tu libro, propuesto a sí mismo como autoridad, bajo la cual revoloteen adondequiera que vayan. Porque no hay lengua ni palabras en las que no se oigan sus voces de ellos, habiéndose ,extendido por todo el mundo sus sonidos y llegado hasta los confines de la tierra sus palabras, porque tú, Señor, bendiciéndolas, multiplicaste éstas.

 

27. ¿Miento yo, por ventura, o mezclo confundidas las cosas, y no distingo los claros conocimientos de estas cosas en el firmamento del cielo, así como las obras corporales en el proceloso mar y debajo del firmamento del cielo? Porque de las cosas susodichas existen nociones sólidas y cabales, que no reciben aumento de las generaciones, como las luces de la sabiduría y de la ciencia. De estas mismas cosas existen operaciones corporales muchas y varias, y creciendo una de otra multiplícanse con tu bendición, ¡oh Dios!, que has tenido a bien reparar el fastidio de los sentidos mortales, para que en el conocimiento del alma la cosa que es única sea por las mociones del cuerpo figurada y dicha de muchos modos. Las aguas produjeron estas cosas, mas en tu palabra. Las necesidades de los pueblos extraños a la eternidad de tu verdad produjeron estas cosas, pero en tu Evangelio; porque las mismas aguas arrojaron éstas, cuyo amargo languor fue causa de que éstas saliesen a luz por tu palabra.

 

28. Hermosas son todas las cosas haciéndolas tú; mas he aquí que tú, que las has hecho todas, eres inenarrablemente más hermoso. Si Adán no hubiera caído, no se difundiera de su vientre la salazón del mar, el linaje humano profundamente curioso, y procelosamente hinchado, e inestablemente fluido; y así no hubiera sido necesario que tus ministros. obrasen místicos hechos y dichos corporal y sensiblemente en muchas aguas. Pues así se me han presentado ahora los reptiles y volátiles, por los cuales imbuidos los hombres e iniciados, sometidos a sacramentos corporales, no fuesen más allá, a no ser que el alma viviese espiritualmente en otro grado y mirase a la consumación después de la palabra del principio.

 

CAPITULO XXI

29. Y por esta razón, por tu palabra, no ya la profundidad del mar, sino la tierra separada de lo amargo de las aguas, produce no los reptiles de almas vivas y los volátiles, sino el alma viva. Porque ya no tiene necesidad del bautismo, necesario para los gentiles, como la tenía cuando estaba cubierta por las aguas, pues ya no se entra de otro modo en el reino de los cielos desde que tú estableciste que se entrase de esa manera. Ni busca las grandezas de tus maravillas, para que tenga fe, puesto que no es de aquellos que no creen si no vieren signos y prodigios, estando ya separada la tierra fiel de las aguas del mar amargas en su infidelidad; y sabe que las lenguas son signos no para los fieles, sino para los infieles. Tampoco tiene necesidad la tierra, que fundaste sobre las aguas, de este género volátil, que las aguas produjeron por tu palabra. Envía a ella tu palabra por medio de tus nuncios -puesto que, aunque narramos sus obras, tú eres, sin embargo, quien obras en ellos- y produzcan el alma viva. La tierra la produce, porque la tierra es causa de que éstas se obren en ella, como fue la causa el mar de que se produjesen los reptiles de alma viva y los volátiles que vuelan debajo del firmamento del cielo, de los cuales ya no tiene necesidad la tierra aunque coma el pez, sacado del profundo, en aquella mesa que preparaste delante de los fieles; porque por eso fue sacado del profundo, para que alimente a la tierra seca. También las aves son generación marina: no obstante, multiplícanse sobre la tierra. Porque la infidelidad de los hombres fue causa de las primeras voces de los evangelizadores, aunque también los fieles son exhortados y bendecidos por ellos de mil modos de día en día. Mas el alma viviente toma su principio de la tierra, porque ya no aprovecha a los fieles, sino el contenerse del amor de este mundo, para que viva para ti su alma, que estaba muerta viviendo en delicias, en delicias mortíferas, Señor; porque tú solo eres del corazón puro sus delicias vitales.

 

30. Trabajen, pues, ya en la tierra tus ministros, no como en las aguas de la infidelidad, anunciando y hablando por milagros, sacramentos y voces místicas que atraen la atención de la ignorancia, madre de la admiración, por el temor de estos signos misteriosos -porque tal es la entrada a la fe en los hijos de Adán olvidados de ti en tanto que se esconden de tu faz y se hacen abismo-, sino trabajen también como en la tierra seca, separada de los peligros del abismo, y sean para los fieles modelo viviendo entre ellos excitándolos a la imitación. Porque de este modo oyen no sólo para oír, sino también para obrar. Buscad a Dios y vivirá vuestra alma, para que la tierra produzca el alma viva. No queráis conformaros con este mundo, absteneos de él. Evitando aquellas cosas que apeteciéndolas muere, es como vive el alma. Absteneos de la cruel firmeza de la soberbia, de la indolente voluptuosidad de la lujuria y del nombre falaz de la ciencia, a fin de que sean las bestias amansadas, y los brutos domados, y las serpientes inocuas. Movimientos de alma son éstos de un sentido alegórico; pero el fausto del orgullo, y el deleite de la libídine, y el veneno de la curiosidad son movimientos de un alma muerta; porque no muere ésta de modo que carezca de todo movimiento, sino que muere apartándose de la fuente de la vida, y ya así es recibida por el mundo pasajero y se conforma con él.

 

31. Pero tu palabra, ¡oh Dios!, es fuente de vida eterna y no pasa; por eso en tu palabra es cohibido aquel apartamiento de él, cuando se nos dice: No queráis conformaros con este siglo, para que la tierra produzca en la misma fuente de la vida el alma viviente, y en tu palabra, por medio de tus evangelistas, un alma continente, imitando a los imitadores de tu Cristo. Porque esto es lo que quieren decir las palabras según su género, porque la emulación del varón viene del amigo: Sed -dice- como yo, porque yo soy como vosotros. Así en el alma viva habrá bestias buenas por la mansedumbre de sus acciones. Porque tú lo has ordenado diciendo: Haz tus obras con mansedumbre y serás amado de todo hombre. También habrá brutos buenos, que no estarán hartos si comieren, ni necesitados si no comieren; y serpientes buenas, no perniciosas para dañar, sino astutas para cautelar, y que exploran la naturaleza temporal en tanto cuanto basta para que por la inteligencia de las cosas creadas se perciba la eternidad. Porque tales animales sirven a la razón cuando, refrenados para que no hagan progresos mortíferos, viven y son buenos.

 

CAPITULO XXII

32. Porque he aquí, Señor Dios nuestro y creador nuestro, que cuando fueren cohibidas del amor del siglo aquellas afecciones con las cuales moriríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien, y fuere cumplida tu palabra, que dijiste por tu Apóstol: No queráis conformaron con este siglo, se seguirá también aquello otro que añadiste al punto y dijiste: Mas reformaos en la novedad de vuestra mente, no ya según su género, como imitando al prójimo que nos precede, ni viviendo según la autoridad de un hombre mejor. Porque no dijiste: "Sea hecho el hombre según su género", sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que nosotros probemos cuál sea tu voluntad. Pues a este fin, aquel tu dispensador, engendrando hijos por el Evangelio y no queriendo tener siempre de párvulos a estos que él nutriera con leche y fomentara como una nodriza, dijo: Reformaos en la novedad de vuestra mente a fin de conocer la voluntad de Dios y qué sea lo bueno, acepto y perfecto. Y por eso no dices: Sea hecho el hombre, sino: Hagámosle; ni dices según su género, sino a imagen y semejanza nuestra. Porque, renovado en la mente y contemplando tu verdad inteligible, no necesita de hombre que se la muestre para que imite a su género, sino que, teniéndote por guía, él mismo conoce cuál sea tu voluntad y qué es lo bueno, acepto y perfecto; y ya capaz, tú le enseñes a ver la Trinidad de su Unidad o la Unidad de su Trinidad. Y por eso habiendo dicho en plural: Hagamos al hombre, añadió en singular: e hizo Dios al hombre; y a lo dicho en plural: a imagen nuestra, repuso en singular: a imagen de Dios. Así es como el hombre se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que le ha creado; y, hecho espiritual, juzga de todas las cosas, que ciertamente han de ser juzgadas; mas él de nadie es juzgado.

 

CAPITULO XXIII

33. En cuanto a que juzga todas las cosas, es lo mismo que decir que tiene potestad sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias y fieras, y toda la tierra, y todos los reptiles que reptan sobre la tierra. Esto lo ejecuta por la inteligencia, por medio de la cual percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. Mas, por el contrario, el hombre constituido en tal honor no lo entendió, siendo comparado con los jumentos insensatos y hecho semejante a ellos. Pero en tu Iglesia, ¡oh Dios nuestro!, conforme a la gracia que tú le has dado -porque somos obra de tus manos, creados para obras buenas -, tanto los que espiritualmente presiden como los que espiritualmente obedecen a los que presiden -porque tú hiciste al hombre de este modo varón y hembra según tu gracia espiritual, en la que no hay según el sexo material varón ni hembra, por no haber judío, ni griego, ni esclavo, ni libre -, tanto, digo, los que presiden como los que obedecen, juzgan ya espirituales espiritualmente no de los conocimientos espirituales que brillan en el firmamento, porque no conviene juzgar de tan sublime autoridad; ni siquiera de tu mismo Libro, aunque haya algo en él que no luzca; porque sometemos a él nuestra inteligencia y tenemos por cierto aun aquello que está cerrado a nuestras miradas y que está dicho recta y verazmente. Porque el hombre, aunque ya espiritual y renovado por el conocimiento de Dios según la imagen del que le ha creado, debe, sin embargo, ser así obrador de la ley y no juez. Ni tampoco juzga de aquella distinción entre hombres espirituales y carnales, que son, ¡oh Dios nuestro!, bien conocidos para tus ojos, aunque no se nos han manifestado a nosotros con obra alguna todavía para que les conozcamos por sus frutos; pero tú, Señor, ya les conoces, y los has dividido y llamado en secreto antes de que fuera hecho el firmamento. Tampoco juzga el hombre, aunque espiritual, de los turbulentos pueblos de este mundo. Porque ¿qué le va a él en juzgar de los que están fuera, ignorando quién vendrá de allí a la dulzura de tu gracia y quién permanecerá en la perpetua amargura de la impiedad?

 

34. Por eso el hombre, a quien tú hiciste a tu imagen, no recibió potestad sobre los luminares del cielo, ni sobre el mismo cielo invisible, ni sobre el día y la noche, que llamaste antes de la constitución del cielo; ni sobre la congregación de las aguas, que es el mar; sino que la recibió sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias, y toda la tierra, y todos los reptiles que reptan sobre ella. Porque él juzga y aprueba lo que halla recto, y, al contrario, desaprueba lo que halla malo, sea en aquella solemnidad de sacramentos con que son iniciados los que tu misericordia busca en las aguas profundas, sea en aquella otra en que es presentado aquel pez que, sacado del profundo, come la tierra piadosa, sea, finalmente, en los signos de las palabras y en las voces sujetas a la autoridad de tu Libro, como revoloteando bajo el firmamento, interpretando, exponiendo, disertando, disputando, bendiciendo e invocándote con signos que brotan y suenan en la boca, para que el pueblo diga: Amén. La causa de que deban ser enunciadas corporalmente todas estas voces es el abismo del mundo y la ceguera de la carne, por la que no pueden ser vistos los pensamientos, siendo necesario hacer ruido en los oídos. Así, aunque se multipliquen las aves sobre la tierra, con todo traen su origen de las aguas. Juzga también el que es espiritual, aprobando lo bueno y reprobando lo malo que hallare en las obras y costumbres de los fieles, de las limosnas como de tierra fructífera, y del alma viva por los afectos domeñados por la castidad, por medio de ayunos y de pensamientos piadosos, por la parte que en ellos toman los sentidos del cuerpo. Porque ahora se dice que juzga de aquellas cosas en las cuales tiene facultad de corregir.

 

CAPITULO XXIV

35. Pero ¿qué es esto y qué misterio hay en ello? He aquí que tú, Señor, bendices a los hombres para que crezcan y se multipliquen y llenen la tierra. ¿Es verdad que no nos indicas nada con esto, a fin de que entendamos algún tanto por qué no bendijiste igualmente la luz, a la que llamaste día, ni el firmamento del cielo, ni a los luminares, ni a las estrellas, ni a la tierra, ni al mar? Yo diría que tú, nuestro Dios, que nos has creado a tu imagen, yo diría que tú quisiste otorgar propiamente este don de bendición al hombre, si no hubieras bendecido también de este modo a los peces y cetáceos, para que creciesen, y se multiplicasen, y llenasen las aguas del mar, y se multiplicasen las aves sobre la tierra. Asimismo diría que esta bendición pertenece a aquellos géneros de cosas que, engendrando de sí mismos, se multiplican, si la hallase también en los arbustos, frutales y bestias de la tierra. Ahora bien, ni a las hierbas y plantas ni a las bestias y serpientes se ha dicho: Creced y multiplicaos, no obstante que también todas estas cosas aumenten y conserven su género engendrando, como los peces, las aves y los hombres.

 

36. ¿Qué, pues? ¿Diré, ¡oh Luz mía, oh Verdad!, que huelga esto y que ha sido dicho en vano? De ningún modo, ¡oh Padre de la piedad!; lejos esté de tu siervo que diga semejante cosa de tu palabra. Y si yo no entiendo lo que quieres significar con esta expresión, usen de ella mejor los mejores, esto es, los que son más inteligentes que yo, cada cual según el saber que tú le hayas dado. Sea, pues, agradable ante tus ojos mi confesión, por la que te confieso, Señor, mi creencia de no haber tú hablado así en vano. Ni tampoco callaré lo que se me ocurriere con ocasión de esta lectura. Porque ello es verdad y no veo nada que me impida entender de este modo las locuciones figuradas de tus libros, pues sé que lo que es entendido de un solo modo por la mente puede ser expresado de muchos por el cuerpo, y lo que se expresa de un modo por el cuerpo puede entenderse de muchos por la mente. Ved la simple dilección de Dios y del prójimo, con cuántos misterios y con cuántas lenguas, y en cada lengua, de cuán infinitos modos es enunciada corporalmente. Así es como crecen y se multiplican los fetos de las aguas. Atiende nuevamente, cualquiera que seas tú el que esto lea; he aquí que de un solo modo presenta la Escritura y la voz pronuncia: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. ¿Por ventura no es cierto que puede entenderse esto de muchos modos, no por falacia del error, sino por los diversos géneros de interpretaciones verdaderas? Así es como crecen y se multiplican los fetos de los hombres.

 

37. Y así, si entendemos las mismas naturalezas de las cosas no en sentido alegórico, sino propio, conviene la sentencia creced y multiplicaos a todas las cosas que son engendradas de semillas; pero si las tratamos en sentido figurado -lo que creo más bien que fue lo que intentó la Escritura, que no en vano atribuye esta bendición a solas las generaciones de las aguas y de los hombres-, hallaremos ciertamente multitudes, así en las criaturas espirituales y corporales como en el cielo y la tierra; en las almas justas e inicuas, como en la luz y las tinieblas; en los santos autores por quienes nos ha sido suministrada la Ley, como en el firmamento colocado entre las aguas; en la sociedad de los pueblos amargos, como en el mar; en el cielo de las almas pías, como en la tierra seca; en las obras de misericordia, según la vida presente, como en las hierbas seminales y en los árboles frutales; en los dones espirituales manifestados para utilidad, como en los luminares del cielo, y en los afectos formados por la templanza, como en el alma viva. En todas estas cosas hallamos multitudes, abundancias y aumentos; pero el que de tal modo crezca y se multiplique que, siendo una cosa sola, sea enunciada de muchos modos y que una sola enunciación sea entendida de muchas maneras, no lo hallamos sino en los signos corporalmente expresados y en las cosas inteligiblemente excogitadas. Hemos entendido que estos signos corporalmente expresados son las generaciones de las aguas, por las causas necesarias de la carnal profundidad; y las cosas inteligiblemente excogitadas, las generaciones humanas, a causa de la fecundidad de la razón. Y ésta es la causa por qué hemos creído que a uno y otro de estos géneros les ha sido dicho por ti, Señor: Creced y multiplicaos, porque por esta bendición entiendo que nos ha sido concedida por ti la facultad y poder de enunciar de muchos modos lo que hubiéramos entendido de uno solo y de entender de muchos modos lo que leyéremos enunciado oscuramente de un solo modo. Y de esta manera es como se llenan las aguas del mar, que no se mueven sino con varios afectos, y así es como se llena la tierra de generaciones humanas, cuya aridez aparece en sus solicitudes y sobre las cuales domina la razón.

 

CAPITULO XXV

38. También quiero decir, Señor Dios mío, lo que me advierte tu Escritura en lo que sigue; y lo diré sin avergonzarme, porque diré cosas verdaderas, inspirándome tú lo que de tales palabras quieres que diga. Porque no creo que diga verdad inspirándome otro fuera de ti, siendo tú la verdad, y todo hombre, mentiroso. Por eso, quien habla la mentira, habla de lo suyo. Luego para que yo hable la verdad debo hablar de lo tuyo. He aquí que nos has dado para comida toda planta sativa que lleva simiente, la cual existe sobre toda tierra, y todo árbol que tiene en sí fruto de semilla sativa. Y no para nosotros solos, sino también para todas las aves del cielo y bestias de la tierra y serpientes; mas no para los peces y grandes cetáceos. Porque decíamos que por los frutos de la tierra se significaban y figuraban alegóricamente las obras de misericordia que son ofrecidas por la fructífera tierra para las necesidades de esta vida. Tal tierra era el piadoso Onesíforo, a cuya casa comunicaste misericordia por haber refrigerado frecuentemente a tu Paulo y no haber tenido rubor de sus cadenas. Y esto hicieron otros hermanos que fructificaron con tal fruto, que suplieron desde Macedonia lo que le faltaba. Pero ¡cómo se duele de otros árboles que no le dieron el fruto debido, cuando dice: En mi primera defensa nadie me asistió, antes todos me abandonaron; no les sea esto imputado! Porque estas cosas les son debidas a los que ministran la doctrina racional por medio de la inteligencia de los misterios divinos, y se les deben como a hombres; mas se les deben como a alma viva en cuanto se nos ofrecen para ser imitadas en toda suerte de continencia. También se les deben como a aves de cielo por sus bendiciones, que se multiplican sobre la tierra, porque su sonido se ha extendido por toda la tierra.

 

CAPITULO XXVI

39. Apaciéntanse con estos alimentos quienes se gozan en ellos; mas no se gozan en ellos los que tienen a su vientre por Dios. Porque tampoco en aquellos que dan estas cosas es el fruto lo que dan, sino la intención con que lo dan. Y así veo con toda claridad de dónde se gozaba aquel que servía a Dios, no a su vientre; le veo y le doy el parabién con toda el alma. Porque había recibido de los filipenses las cosas que le habían enviado por Epafrodito; mas ya veo de dónde le venía el gozo. Veníale el gozo de allí, de donde se alimentaba, porque, hablando con verdad, dijo: Me he alegrado vehementemente en el Señor, porque al fin habéis brotado hacia mí en aquellos sentimientos en que antes abundabais y que os habían causado tedio. Estos, en efecto, con el largo tedio se habían marchitado y casi secado en orden a este fruto de buenas obras. Y se goza por ellos, no por él, porque brotaron, porque socorrieron su indigencia. Por esto dice a continuación: No digo esto porque me haya faltado algo; porque he aprendido a bastarme con las cosas que tengo. Sé lo que es tener poco y lo que es abundar; he probado todas las cosas y estoy hecho a todo: a estar harto, a tener hambre, a abundar y a padecer penuria; todo lo puedo en aquel que me conforta.

 

40. ¿En qué, pues, te gozas, oh gran Pablo? ¿En qué te gozas? ¿En qué te apacientas, ¡oh hombre!, renovado en el conocimiento de Dios, según la imagen de aquel que te ha creado, ya alma viva por tan gran continencia, ya lengua voladora que habla misterios? Porque a tales animales les es debido este manjar. ¿Qué es lo que te alimenta? La alegría. Oigamos lo que sigue: Sin embargo -dice-, hicisteis bien participando de mi tribulación. De esto es de lo que se goza, de esto es de lo que se alimenta: porque obraron bien con él, no porque fuera aliviada su angustia, según aquel que te dice: En la tribulación me ensanchaste; porque también supo en ti, que eres quien le confortas, lo que es abundar y padecer penuria. Porque también vosotros, ¡oh filipenses!-dice-, sabéis que en el principio de mi predicación, cuando salí de Macedonia, ninguna iglesia me asistió con sus bienes en razón de lo dado y recibido, sino únicamente vosotros; porque una y más veces enviasteis a Tesalónica con qué atender a mis necesidades. Gózase ahora de que hayan vuelto a estas buenas obras, y se alegra que hayan brotado como la fertilidad del campo que revive.

 

41. Pero ¿es acaso por razón de sus necesidades por lo que dijo: Me enviasteis para remedio de mis necesidades? ¿Es acaso por esto por lo que se goza? No es por esto. Mas ¿de dónde sabemos esto? De lo que él mismo añade, diciendo: No porque busque la dádiva, sino porque exijo el fruto. He aprendido de ti, Dios mío, a distinguir entre el don y el fruto. Don es la cosa que da quien socorre tales necesidades, como, por ejemplo, el dinero, la comida, la bebida, el vestido, el hospedaje, la ayuda. Mas el fruto es la buena y recta voluntad del dador. Porque no dice solamente el Maestro El que recibiere al profeta, sino que añadió en nombre del profeta. Ni dijo solamente: El que recibiere al justo, sino añadió: en nombre del justo; porque así es como recibí aquél la merced del profeta y éste la del justo. Ni dijo solamente: El que diera a uno de mis pequeñuelos un vaso de agua fría, sino que añadió: únicamente en nombre del discípulo; y así agregó: En verdad os digo que no perderá su recompensa. Don es recibir al profeta, recibir al justo, dar un vaso de agua fría al discípulo; fruto, hacer esto en nombre del profeta, en nombre del justo, en nombre del discípulo. Con el fruto era apacentado Elías por la viuda, que sabía que alimentaba a un hombre de Dios y como a tal le alimentaba; mas por el cuervo era alimentado con el don. Ni era el Elías interior, sino el exterior, el que era alimentado, y que a su vez era quien por falta de tal alimento podía destruirse.

 

CAPITULO XXVII

42. Por eso diré lo que es verdadero en tu presencia, Señor. Cuando hombres idiotas e infieles -para iniciar y ganar a los cuales son necesarios los sacramentos de iniciación y las grandezas de los milagros, los cuales creemos que han sido significados con los nombres de peces y cetáceos -reciben corporalmente a tus siervos para sustentarlos o ayudarlos en alguna necesidad de la vida presente, ignorando el motivo por qué lo deben hacer y a qué clase de aquéllos pertenezcan, y así ni aquéllos sustentan a éstos, ni éstos son sustentados por aquéllos; porque ni aquéllos obran estas cosas con santa y recta voluntad, ni éstos se alegran con las dádivas de aquéllos, en los que no ven todavía fruto. Porque, realmente, el alma se apacienta de aquello de que se alegra. Y ésta es la razón por que los peces y los cetáceos no comen de los manjares que no germinan, sino la tierra distinta y separada ya de la amargura de las olas marinas.

 

CAPITULO XXVIII

43. Y viste, Señor, todas das cosas que hiciste y hallaste que todas eran muy buenas; también nosotros las vemos, y nos parecen todas muy buenas. En cada uno de los géneros de tus obras, cuando dijiste que fuesen y fueran hechas, viste que cada uno de ellos era bueno. Siete veces he contado que dice la Escritura que viste que era bueno lo que creaste, y la octava nos dices que viste todas las cosas que hiciste y que no sólo eran buenas, sino muy buenas, todas ellas en conjunto. Porque tomadas cada una de por sí, son todas buenas; pero todas ellas juntas son buenas y muy buenas. Esto mismo nos dicen también los cuerpos que son hermosos; porque más hermoso es sin comparación el cuerpo cuyos miembros todos son hermosos que no cada uno de los miembros, de cuya conexión ordenadísima se compone el conjunto, aunque cada uno en particular sea hermoso.

 

CAPITULO XXIX

44. Y puse atención para ver si eran siete u ocho veces las que viste que eran buenas tus obras cuando te agradaron; mas en tu visión no hallé tiempos por los que entendiera que otras tantas veces viste lo que hiciste; y dije: ¡Oh Señor!, ¿acaso no es verdadera esta Escritura tuya, cuando tú, veraz y la misma Verdad, eres el que la has promulgado? ¿Por qué, pues, me dices tú que en tu visión no hay tiempos, si esta tu Escritura me dice que por cada uno de los días viste que las cosas que hiciste eran buenas, y contando las veces hallé ser otras tantas? A esto me dices tú -porque tú eres mi Dios-, y lo dices con voz fuerte en el oído interior a mí, tu siervo, rompiendo mi sordera y gritando: ¡Oh hombre!, lo que dice mi Escritura eso mismo digo yo; pero ella lo dice en orden al tiempo, mientras el tiempo no tiene que ver con mi palabra, que permanece conmigo igual en la eternidad; y así, aquellas cosas que vosotros veis por mi Espíritu, yo las veo; y asimismo, las que vosotros decís por mi Espíritu, yo las digo. Mas viéndolas vosotros temporalmente no las veo yo temporalmente, del mismo modo que diciéndolas vosotros temporalmente no las digo yo temporalmente.

 

CAPITULO XXX

45. He oído, Señor Dios mío, y he gustado una gota de la dulzura de tu verdad, y he entendido que hay algunos a quienes desagradan tus obras, muchas de las cuales, dicen, las hiciste compelido por la necesidad, como la fábrica de los cielos y la composición de las estrellas; y esto, no de cosa tuya, sino que ya antes existían creadas en otra parte y por otro, y que tú las redujiste, compaginaste y entrelazaste, cuando de los enemigos vencidos fabricaste la fortaleza de este mundo, para que cautivos en esta construcción no pudieran rebelarse nuevamente contra ti; pero que otras cosas, como las carnes y los animales diminutos y todo lo que echa raíces en la tierra, ni las has hecho tú ni de ningún modo las has compaginado, sino que las has engendrado y formado una mente enemiga y una naturaleza diferente de ti y no creada por ti. Locos, dicen estas cosas porque no ven tus obras a través de tu Espíritu, ni te conocen en ellas.

 

CAPITULO XXXI

46. Mas los que las ven a través de tu Espíritu, tú eres quien las ves en ellos. Y, por tanto, cuando ellos ven que son buenas, tú eres quien ve que son buenas, y cualesquiera que por ti les plazcan, tú eres quien les place en ellas, y los que por tu Espíritu nos placen, a ti te placen en nosotros. ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, las cosas que son de Dios no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios. Mas nosotros -dice-no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que es de Dios, para que sepamos las cosas que nos han sido donadas por Dios. Mas siéntome tentado a preguntar: Ciertamente que nadie sabe las cosas que son de Dios sino el Espíritu de Dios; pero ¿cómo sabemos nosotros también las cosas que nos han sido donadas por Dios? Y oigo que se me responde: Las cosas que sabemos por su Espíritu, puede decirse que no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios. Porque así como se ha dicho rectamente de aquellos que habían de hablar con el Espíritu de Dios: No sois vosotros los que habláis, así también de los que conocen las cosas por el Espíritu de Dios se dice rectamente: No sois vosotros los que conocéis; y, consiguientemente, a los que ven con el Espíritu de Dios se les dice no menos rectamente: No sois vosotros los que veis. Así, cuanto ven en el Espíritu de Dios que es bueno, no son ellos, sino es Dios el que ve que es bueno. Una cosa es, pues, que uno juzgue que es malo lo que es bueno, como hacen los que hemos dicho antes; otra, que lo que es bueno vea el hombre que es bueno, como sucede a muchos, a quienes agrada tu creación porque es buena, y, sin embargo, no les agradas tú en ella, por lo que quieren gozar más de ella que de ti; y otra, finalmente, el que cuando el hombre ve algo que es bueno, es Dios el que ve en él que es bueno, para que Dios sea amado en su obra, el cual no lo sería si no fuera por el Espíritu que nos ha dado; porque el amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, por el cual vemos que es bueno cuanto de algún modo es, porque procede de aquel que es, no de cualquier modo, sino ser por esencia.

 

CAPITULO XXXII

47. ¡Gracias te sean dadas, Señor! Vemos el cielo y la tierra, ya la parte corporal superior e inferior, ya la creación espiritual y corporal; y en el adorno de estas dos partes de que consta, ya la mole entera del mundo, ya la creación universal sin excepción, vemos la luz creada y dividida de las tinieblas. Vemos el firmamento del cielo, sea el que está entre las aguas espirituales superiores y las corporales inferiores, cuerpo primario del mundo; sea este espacio de aire -porque también esto se llama cielo- por el que vagan las aves del cielo entre las aguas que van sobre ellas en forma de vapor y caen en las noches serenas en forma de rocío, y estas aguas que corren graves sobre la tierra. Vemos en los vastos espacios del mar la belleza de las aguas reunidas, y la tierra seca, ya desnuda, ya formada de modo que fuere visible y compuesta y madre de hierbas y de árboles. Vemos de lo alto resplandecer los luminares: el sol, que se basta para el día, y la luna y las estrellas, que alegran la noche, y con todos los cuales se notan y significan los tiempos. Vemos toda la naturaleza húmeda, fecundada de peces y de monstruos y de aves, porque la grosura del aire que soporta el vuelo de las aves se forma con las emanaciones de las aguas. Vemos que la superficie de la tierra se hermosea con animales terrestres, y que el hombre, hecho a tu imagen y semejanza, por esta misma imagen y semejanza, esto es, en virtud de la razón y de la inteligencia, es antepuesto a todos los animales irracionales; mas al modo que en su alma una cosa es lo que domina consultando y otra lo que se somete obedeciendo, así fue hecha aún corporalmente para el hombre la mujer, la cual, aunque fuera igual en naturaleza racional a éste, fuera, sin embargo, en cuanto al sexo del cuerpo, sujeta al sexo masculino, del mismo modo que se somete el apetito de la acción para concebir de la razón de la mente la facilidad de obrar rectamente. Vemos estas cosas, cada una por sí buena y todas juntas muy buenas.

 

CAPITULO XXXIII

48. Alábante tus obras para que te amemos, y amámoste para que te alaben tus obras, las cuales tienen por razón del tiempo principio y fin, nacimiento y ocaso, aumento y disminución, apariencia y privación. Tienen, pues, consiguientemente, mañana y tarde, parte oculta y parte manifiesta. Porque han sido hechas de la nada por ti, no de ti, ni de alguna cosa no tuya o que ya existiera antes, sino de la materia concretada, esto es, creada a un tiempo por ti, porque tú formaste sin ningún intermedio de tiempo su informidad. Porque siendo una cosa la materia del cielo y de la tierra y otra la forma del cielo y de la tierra, tú hiciste, sin embargo, a un tiempo las dos cosas, la materia de la nada absoluta, la forma del mundo de la materia informe, a fin de que la forma siguiese a la materia sin ninguna demora interpuesta.

 

CAPITULO XXXIV

49. También consideramos la significación por qué cosas quisiste que éstas fueren hechas con tal orden o con tal orden descritas, y vimos, por ser cada cosa buena y todas juntas muy buenas, significada en tu Verbo, en tu Único, el cielo y la tierra, la cabeza y cuerpo de la Iglesia, en la :predestinación anterior a todos los tiempos sin mañana ni tarde. Pero cuando comenzaste a poner por obra temporalmente las cosas predestinadas para manifestar las cosas ocultas y componer nuestras descomposturas -porque sobre nosotros eran nuestros pecados y habíamos descendido lejos de ti al abismo tenebroso, sobre el que era sobrellevado tu Espíritu bueno para socorrernos en tiempo oportuno-, y justificaste a los impíos y los separaste de los inicuos, y afirmaste la autoridad de tu Libro entre los superiores, que sólo a ti serían dóciles, y los inferiores, que habían de sometérseles a éstos, y congregaste a la sociedad, de los infieles en una misma aspiración, a fin, de que apareciesen los anhelos de los fieles y te preparasen obras de misericordia, distribuyendo a los pobres las riquezas terrenas para adquirir las celestiales. Luego encendiste ciertos luminares en el firmamento, tus santos, que tienen palabra de vida, y, llenos de dones espirituales, brillan con soberana autoridad. Después, para instruir a las gentes infieles, produjiste los sacramentos y milagros visibles, y las voces de palabras según el firmamento de tu Libro -con que fuesen bendecidos también los fieles- de la materia corporal. Más tarde formaste el alma viva de los fieles por medio de los afectos ordenados con el vigor de la continencia, y, finalmente, renovaste a tu imagen y semejanza al alma, a ti solo sujeta y que no tiene necesidad ninguna de autoridad humana que imitar; y sometiste a la excelencia del entendimiento la acción racional, como al varón la mujer, y quisiste que todos tus ministerios, necesarios para perfeccionar a los fieles en esta vida, fuesen socorridos por los mismos fieles, en orden a las necesidades temporales, con obras fructuosas para lo futuro. Vemos todas estas cosas y todas son muy buenas, porque tú las ves en nosotros, tú que nos diste el Espíritu con que las viéramos y en ellas te amáramos.

 

CAPITULO XXXV

50. Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz que no tiene tarde. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, ha de pasar; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde.

 

CAPITULO XXXVI

51. Mas el día séptimo no tiene tarde, ni tiene ocaso, porque lo santificaste para que durase eternamente, a fin de que así como tú descansaste el día séptimo después de tantas obras sumamente buenas como hiciste, aunque las hiciste estando quieto, así la voz de tu Libro nos advierte que también nosotros, después de nuestras obras, muy buenas, porque tú nos las has donado, descansaremos en ti el sábado de la vida eterna.

 

CAPITULO XXXVII

52. Porque también entonces descansarás en nosotros, del mismo modo que ahora obras en nosotros; y así será aquel descanso tuyo por nosotros, como ahora son estas obras tuyas por nosotros. Tú, Señor, siempre obras y siempre estás quieto; ni ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo, y, sin embargo, tú eres el que haces la visión temporal y el tiempo mismo y el descanso del tiempo.

 

CAPITULO XXXVIII

53. Nosotros, pues, vemos estas cosas, que has hecho, porque son; mas tú, porque las ves, son. Nosotros las vemos externamente, porque son, e internamente, porque son buenas; mas tú las viste hechas allí donde viste que debían ser hechas. Nosotros, en otro tiempo, nos hemos sentido movidos a obrar bien, después que nuestro corazón concibió de tu Espíritu; pero en el tiempo anterior fuimos movidos a obrar mal, abandonándote a ti; tú, en cambio, Dios, uno y bueno, nunca has cesado de hacer bien. Algunas de nuestras obras, por gracia tuya, son buenas; pero no sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu grande santificación. Mas tú, bien que no necesitas de ningún otro bien, estás quieto, porque tú mismo eres tu quietud. Pero ¿qué hombre dará esto a entender a otro hombre? ¿Qué ángel a otro ángel? ¿Qué ángel al hombre? A ti es a quien se debe pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así; así se recibirá, así se hallará y así se abrirá. Amén.